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¿Cuál fue el primer milagro de la Difunta Correa? ¿Desde cuándo se tiene registro de relatos sobre su vida? En esta nota te lo contamos
Investigaciones16/04/2025Las últimas horas del día arrastraban las pocas ráfagas de viento zonda que azotaban San Juan antes de la llegada del viento Sur. En medio del desierto, sobre una loma, unos cóndores volaban en círculo, dos gauchos arrieros que pasaban por el lugar se acercaron y no pudieron creer lo que encontraron.
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Era el día 18 de agosto de 1842. La guerra entre Unitarios y Federales dejó las calles de San Juan regadas con sangre.
Tras la Batalla de Angaco, una parte del Ejército Unitario proveniente de La Rioja emprendió la retirada, llevándose a unos sanjuaninos como prisioneros. Entre aquellos hombres estaba Baudilio Bustos, esposo de Deolinda Correa.
El General Nazario Benavídez recuperó el control de San Juan tras la batalla de la Chacarilla pero debía afianzar la victoria persiguiendo a los Unitarios que huyeron hacia Mendoza. Muchos sanjuaninos se ofrecieron como voluntarios, y entre ellos, el Padre de Deolinda.
Esta tierra quedó devastada. Hombres, hijos, hermanos, padres, dejaron su vida por la lucha entre dos banderas, una azul y la roja.
Los días pasaron. Deolinda estaba desesperada, no tenía noticias de su marido, ni de su padre. ¿Qué podía hacer? Hay quienes miran la historia desde nuestro tiempo y plantean: Tendría que haberse quedado, por su hijo. Pero en ese momento el pueblo sanjuanino era atravesado por el frío del invierno que sobrecogía el alma de de los deudos de cientos de muertos por una guerra entre argentinos.
- ¿Qué hago? ¿Dónde estas mi amor? ¿Dónde estas? Tengo que reunir a mi familia - La angustia pesaba cada vez más en el corazón de aquella mujer. Si quería reunir a su familia, lo iba a hacer sola, por amor.
Ensilló un caballo, tomó provisiones de agua u comida, ropa, mantas, tomó a su pequeño hijo en brazos y salió rumbo al este, hacia La Rioja. Pero ese día, un viento zonda azotó con sus lamentos a toda la región.
El calor del viento, la tierra y el desierto le arrebataron a su caballo. Cargó a su pequeño hijo en brazos y algunas provisiones de agua y comida, y continuó su camino por el desierto.
Deolinda perdió sus fuerzas mientras caminaba sobre una loma, se recostó sobre un algarrobo, quería descansar. El amor la llevó hasta ahí, y podía continuar, sólo tenía que descansar un momento. Cerró sus ojos, sosteniendo a su bebé junto a su pecho, y ahí, murió.
Las horas pasaron, el viento comenzaba a retirarse cuando dos gauchos arrieros vieron sobre una loma unos cóndores que volaban en círculo, a pesar del viento. Se acercaron y ante ellos había una escena desgarradora: una mujer y su pequeño hijo en medio del desierto.
Uno de ellos comprobó si seguía con vida, pero ya había fallecido. El bebé seguía vivo, pese al calor, al viento, a todo; alimentándose del pecho de su madre, para ellos ese fue el primer milagro.
Aquellos dos arrieros decidieron dividirse. Uno llevó al bebé hasta su casa para que lo cuidara su esposa, mientras que el otro se quedó para la tarea de abrir una tumba y darle sepultura a Deolinda.
El hombre tenía las manos con llagas de tanto trabajar la tierra, esas heridas se abrían de vez en cuando, sangrando y causándole dolor. Pero el gaucho trabajó toda la noche, con mucho esfuerzo, abriendo la tierra.
Cuando el sol se asomaba por el este el hombre terminó la tarea. Levantó a Deolinda con cuidado, la colocó en la tumba y antes de cubrirla notó que sus manos habían sanado. Elevó la vista al cielo, miró a la mujer y elevó una oración por el alma de Deolinda.
El arriero se reunió con su compañero y dieron a conocer el hallazgo. La historia de Deolinda comenzaba a conocerse.
Pasaron las semanas, y un estanciero arriaba 500 cabezas de ganado, junto con sus peones. El camino los llevó cerca de la loma donde encontraron a la mujer, ellos ya habían escuchado la historia.
En aquél paraje, una fuerte tormenta los sorprendió. Las vacas se dispersaron y ellos buscaron refugio. Desesperado, el gaucho recordó a Deolinda, y le pidió ayuda para recuperar sus animales.
Las horas pasaban, la tormenta parecía rasgar el cielo. Llegó la noche, los hombres de quedaron dormidos y esperaron a la mañana para buscar a los animales. La mañana siguiente, frente a ellos, estaban todos los animales juntos, era un milagro.
Un grupo de viajeros se extraviaron camino a Córdoba. Decidieron esperar para encontrar a alguien por el lugar y pedir indicaciones. Pero llegó la noche y nadie pasó cerca de ellos.
En medio de la oscuridad, una mujer se acercó caminando, hablaron con ella y les indicó el camino que debían seguir. Los viajeros le dieron las gracias, se prepararon para continuar el viaje, quisieron saludar a la mujer pero ya no estaba.
Cuando llegaron al primer pueblo, entraron a una pulpería, contaron lo ocurrido, y quienes ya habían escuchado la historia de Deolinda, la reconocieron por la descripción, y afirmaban - Es ella, la Deolinda-.
Estos relatos fueron investigados por las antropólogas Susana Chertudi y Sara Josefina Newbery, quienes los plasmaron en su libro La Difunta Correa. En él, las científicas afirman que se tiene registros de relatos de Deolinda Correa desde el año 1865.
En este artículo decidimos no darle nombre a los protagonistas porque en las fuentes varían. Además se tuvo en cuenta el contexto histórico y social de la historia de Deolinda Correa.
Las banderas, cintas y notas que se hayan en el paraje de la Difunta Correa, son de color rojo. Pocos saben que es este color es usado porque, según los historiadores, entre ellos el ex vicegobernador Horacio Videla, el padre de Deolinda Correa era del bando Federal durante ma guerra civil, al igual que ella y su esposo; siendo el color rojo representativo de ese partido.
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