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La idea de que los españoles trajeron muerte y destrucción a América fue bastante extendida, pero la realidad es completamente diferente.
Tenés que saberlo09/09/2025El Imperio mexica, con su resplandeciente capital en Tenochtitlán, se presenta a menudo en el imaginario popular como la cúspide de una civilización precolombina, un faro de avance y organización. Sin embargo, esta visión idealizada ignora el motor real que lo impulsaba: un sistema de dominio brutal, construido y mantenido a través de una maquinaria de terror psicológico que no solo subyugaba a los cuerpos de sus enemigos, sino que paralizaba sus almas. Lejos de ser un imperio de paz y prosperidad compartida, la Triple Alianza (Tenochtitlán, Texcoco y Tlacopan) se erigió sobre el sufrimiento de los pueblos vecinos, a quienes obligaba a sostener su hegemonía con sus bienes y, más horriblemente, con su propia sangre.
"El Estado, en su génesis, es, según su carácter esencial, una institución social, impuesta por un grupo de hombres victoriosos a un grupo vencido, con el único propósito de regular el dominio del grupo victorioso sobre el vencido, y asegurarse contra la rebelión interna y los ataques del exterior." Franz Oppenheimer.
El Estado mexica
El corazón de este dominio era el tributo. Una vez que un altépetl (ciudad-estado) era sometido, se le imponían cargas fiscales tan severas que, según el historiador Ross Hassig en su obra Aztec Warfare, a menudo arruinaban a las comunidades. Las listas de tributos, detalladas en documentos como el Códice Mendoza, muestran una variedad exhaustiva de bienes, desde productos esenciales como maíz y frijol hasta lujosos artículos como plumas de quetzal, jade, oro y, lo más valioso, cientos de víctimas para el sacrificio. La recolección de estos bienes no era un simple acto administrativo; la presencia de los calpixque, los recaudadores imperiales, era un recordatorio constante de la obediencia requerida y una humillación pública que perpetuaba el miedo.
La guerra mexica tenía un propósito diferente al de otras civilizaciones: su objetivo principal no era la masacre, sino la captura de prisioneros vivos. Un guerrero que regresaba a Tenochtitlán con un cautivo era honrado, pues había provisto la ofrenda más preciada para sus dioses. Este enfoque de combate creaba un terror insuperable en los enemigos, quienes sabían que la derrota no solo significaba la muerte en batalla, sino un destino mucho más temible en el altar del sacrificio. La deshumanización del enemigo era total, convirtiéndolo de persona a objeto ritual.
Para que este terror fuera palpable y omnipresente, los mexicas lo exhibían sin pudor. El ejemplo más escalofriante era el tzompantli, o estante de cráneos, una estructura masiva de madera ubicada en la Plaza Central. Los cráneos de los sacrificados eran ensartados y exhibidos a la vista de todos, tanto de los habitantes de Tenochtitlán como de los embajadores de los pueblos sometidos.
La investigación arqueológica liderada por Eduardo Matos Moctezuma en la década de 1980 corroboró la existencia y el terror de esta estructura. El tzompantli no era solo un registro de victorias; era una advertencia pública y una declaración innegable del poder mexica y del destino de quienes osaran desafiarlo.
Sacrificios humanos
El sacrificio humano era un acto profundamente religioso y, en la cosmovisión mexica, esencial para la supervivencia del universo. Los estudios del historiador Alfredo López Austin han detallado esta creencia: para los mexicas, la sangre y los corazones humanos eran el alimento de los dioses, especialmente de Huitzilopochtli, el dios del sol y de la guerra. Creían que el sol necesitaba esta energía vital, este "agua preciosa" o chalchíhuatl, para levantarse cada mañana y continuar su lucha contra la oscuridad. El sacrificio, por tanto, no era visto como un acto de crueldad, sino como una obligación sagrada para mantener el orden cósmico y la existencia misma del mundo.
Una de las historias más contundentes que ilustra la magnitud del sacrificio es la dedicación del Templo Mayor en 1487. Según las crónicas de los frailes españoles que recogieron los testimonios indígenas, como Diego Durán y Andrés de Tapia, la ceremonia duró cuatro días y en ella se sacrificaron decenas de miles de personas, la mayoría prisioneros de guerra. La fila de víctimas se extendía por kilómetros, y los sacerdotes trabajaron sin descanso, extrayendo corazones y arrojando los cuerpos por las escaleras del templo. Aunque los historiadores modernos debaten el número exacto, la monumentalidad del evento y su propósito de reafirmar el poder mexica y aterrorizar a sus rivales no está en discusión.
El ritual de sacrificio más común era una ceremonia solemne y brutal. La víctima era llevada a lo alto del templo, inmovilizada sobre una piedra de sacrificio, y su pecho era abierto de un solo tajo por el sumo sacerdote con un afilado cuchillo de obsidiana. El corazón, aún palpitante, era arrancado y ofrecido a los dioses.
La brutalidad del rito, detallada en fuentes como el Códice Florentino, no dejaba lugar a dudas sobre el poder sacrificial del imperio. David Carrasco, especialista en religiones mesoamericanas, ha analizado este ritual como un espectáculo público cuyo objetivo era la creación de un terror sagrado.
El sacrificio no se limitaba a guerreros enemigos. Los mexicas también ofrecían niños a Tláloc, el dios de la lluvia. Las crónicas de Bernardino de Sahagún son particularmente dolorosas en este aspecto, ya que describen cómo los niños, a menudo traídos de sus aldeas, eran vestidos con ornamentos ceremoniales y sus lágrimas eran consideradas un buen presagio de la lluvia que caería. Si no lloraban, los sacerdotes les pellizcaban las uñas para provocar las lágrimas. Estos sacrificios, aunque menos numerosos que los de guerreros, demostraban que incluso los más inocentes podían ser objeto de la implacable fe mexica.
Incluso cuando no estaban en guerra de conquista, los mexicas mantenían una tensión constante a través de las llamadas “guerras floridas”. Estos eran combates rituales preestablecidos con enemigos como los tlaxcaltecas y los huejotzingas. Aunque se presentaban como encuentros honorables, su propósito era doble: mantener a los guerreros en forma para la batalla y, crucialmente, obtener una fuente continua de prisioneros para los sacrificios. Estas guerras obligaban a los pueblos vecinos a vivir en un estado de perpetua inseguridad, impidiéndoles alcanzar una paz duradera.
Este sistema de opresión y terror fue, irónicamente, la debilidad más grande del imperio. Como argumentan la mayoría de las investigaciones históricas contemporáneas, la conquista de México no fue la hazaña de un puñado de españoles, sino una masiva rebelión indígena catalizada por la llegada de Hernán Cortés.
Los tlaxcaltecas, los totonacas y muchos otros pueblos hartos del yugo mexica vieron en los forasteros una oportunidad para librarse del terror. El Imperio se desmoronó no solo por el acero y los caballos, sino porque sus propios súbditos, oprimidos por un sistema de sacrificio y tributo insostenible, se levantaron en su contra. El miedo que los mexicas sembraron se convirtió en el arma que, al final, los destruyó.
FUENTES: National Geographic, The New York Times, Smithsonian Magazine, BBC History Magazine, Arqueología Mexicana, Eduardo Matos Moctezuma, Muerte al filo de obsidiana: Los mexicas y el Templo Mayor (Fondo de Cultura Económica, 1982), Miguel León-Portilla, La Filosofía Náhuatl estudiada en sus fuentes (Universidad Nacional Autónoma de México, 1956), Bernardino de Sahagún, Historia General de las Cosas de Nueva España (Porrúa, 1956), Fernando de Alva Ixtlilxóchitl, Historia de la Nación Chichimeca (Crónicas de América, 1985), Ross Hassig, Aztec Warfare: Imperial Expansion and Political Control (University of Oklahoma Press, 1988), Inga Clendinnen, Aztecs: An Interpretation (Cambridge University Press, 1991), Frances F. Berdan, The Aztecs of Central Mexico: An Imperial Society (Holt, Rinehart and Winston, 1982), David Carrasco, City of Sacrifice: The Aztec Empire and the Role of Violence in Civilization (Beacon Press, 1999), Elizabeth Hill Boone, The Codex Mendoza: A Facsimile Edition of the Manuscript Held at the Bodleian Library, Oxford (University of California Press, 1992), Justyna Olko, Insignia of Power: The Aztec Elite in the Codex Mendoza (University Press of Colorado, 2014), Diego Durán, The History of the Indies of New Spain (University of Oklahoma Press, 1994), Robert F. Stevenson, Music in Aztec and Inca Territory (University of California Press, 1968), Michael E. Smith, The Aztecs (Blackwell Publishers, 1996), Richard Townsend, The Aztecs: A Very Short Introduction (Oxford University Press, 2000), Manuel Aguilar-Moreno, Handbook to Life in the Aztec World (Facts on File, 2006), Gordon Brotherston, Painted Books from Mexico: Codices in the British Museum (British Museum Publications, 1995), John Pohl, The Aztecs, Inca, and Maya: The First Empires of America (National Geographic Society, 2004), David Olster, Roman Defeat and the Aztecs' Conquest (Routledge, 2008), Patricia Rieff Anawalt, The Aztec Kings: The Aztec Rulers of the Postclassic Period (University of California Press, 1981), Michael C. Meyer, The Mexican Experience: An Interdisciplinary Approach (Oxford University Press, 1999), H.B. Nicholson, The Aztec Religion and Its Social Structure (Journal of the American Academy of Religion, 1971), John S. Henderson, The Legacy of Cortés (University of Texas Press, 2002), Susan D. Gillespie, The Aztec Kings: The Construction of Kingship in Mexica History (University of Arizona Press, 1989), Peter B. M. V. J. S. de Veytia, Ancient History of Mexico: An Account of the Indigenous Peoples of Central Mexico (University of Texas Press, 1988), Alfred E. Trueba, The Aztec World (University of California Press, 1999), George C. Vaillant, The Aztecs of Mexico: Origin, Rise and Fall of the Aztec Nation (Penguin Books, 1941), Jacques Soustelle, Daily Life of the Aztecs: On the Eve of the Spanish Conquest (Stanford University Press, 1961), Felipe Solís, El Templo Mayor: Un microcosmos ritual (Instituto Nacional de Antropología e Historia, 2002), Christian Duverger, La Flor Letal: Economía del sacrificio humano en Mesoamérica (Fondo de Cultura Económica, 2000), John H. F. McEwen, The Aztec Empire and Its Tributaries (University of Oklahoma Press, 2011), The Mesoamerican Center, Tribute and Sacrifice in the Aztec World (University of Texas Press, 2005), Alfredo López Austin, The Human Body and Ideology: Concepts of the Ancient Nahuas (University of Utah Press, 1988), Alan R. Sandstrom, The Aztec Sun God Huitzilopochtli (University of Oklahoma Press, 2015), Leonardo López Luján, The Templo Mayor and the Aztec World (Smithsonian Books, 2006), BBC Mundo, The History Channel, Encyclopedia Britannica, Wikipedia, Andrés de Tapia, Relación de Algunas Cosas de las que Acaecieron al muy Ilustre Señor don Hernando Cortés (Crónicas de América, 1992).
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