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La Guerra eterna: la conspiración moderna

¿Cómo nació la lucha moderna contra las drogas?

Tenés que saberlo02/10/2025Redacción EnSanJuanRedacción EnSanJuan

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El objetivo central de esta serie de artículos es desmantelar el mito de la prohibición, exponiendo cómo ha servido, a lo largo de la historia, para justificar la militarización, el aumento del gasto público y, sobre todo, la restricción progresiva de las libertades civiles, siempre bajo el manto protector de la "seguridad".

Esta visión crítica no implica, bajo ninguna circunstancia, un fomento al consumo o la venta de sustancias ilícitas. 

La Guerra eterna: la conspiración moderna

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La "Guerra contra las Drogas" como política de Estado globalizada no nació de la preocupación por la salud pública, sino de una nefasta combinación de intereses económicos, prejuicios raciales y una calculada estrategia geopolítica, principalmente orquestada por los Estados Unidos.

El inicio del siglo XX en Estados Unidos fue un caldo de cultivo para la prohibición. La Ley Harrison de 1914, que restringió la venta de opiáceos y cocaína, fue la primera gran estocada, impulsada por un pánico moralista que rápidamente se tornó racial, como documenta la Open Society Foundations.

Sin embargo, el verdadero arquitecto de la guerra moderna fue Harry J. Anslinger, primer Comisionado del Federal Bureau of Narcotics (FBN) en 1930, un hombre con una agenda puritana y abiertamente racista.

Anslinger, que antes había minimizado los peligros del cannabis, de repente se convirtió en su principal detractor. Su cruzada contra la marihuana no se basó en evidencia científica, sino en una virulenta campaña de propaganda que asociaba el consumo directamente con las minorías.

Citas atribuidas a Anslinger, como aquella infame que aseveraba que “el consumo de marihuana en los negros induce al jazz y al sexo desenfrenado”, o la que la vinculaba a la ignorancia y la suciedad de los inmigrantes mexicanos, revelan la raíz profunda de su agenda.

Esta campaña fue amplificada por el magnate de los medios William Randolph Hearst, quien poseía vastas extensiones de tierras madereras y veía al cáñamo como una amenaza económica para su imperio papelero, además de su conocido sentimiento anti-mexicano tras perder tierras ante Pancho Villa.

La combinación del prejuicio de Anslinger con el poder de propaganda de Hearst resultó en la Marihuana Tax Act de 1937, criminalizando el cannabis y estableciendo un patrón: utilizar el miedo al “otro” (el inmigrante, el músico de jazz) para justificar la expansión del aparato represivo.

Décadas más tarde, la "guerra" alcanzó su formalización global y su cúspide cínica bajo la presidencia de Richard Nixon. En 1971, Nixon declaró oficialmente la "Guerra contra las Drogas", prometiendo erradicar el consumo y el tráfico.

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Richard Nixon

Sin embargo, el objetivo real de esta declaración fue revelado posteriormente por John Ehrlichman, asesor de Nixon, en una entrevista publicada póstumamente en Harper's Magazine. Ehrlichman admitió que la administración de Nixon veía a los dos principales enemigos como "la izquierda antibélica y los negros".

"Podríamos arrestar a los líderes, allanar sus reuniones, desacreditarlos noche tras noche en las noticias. ¿Sabíamos que estábamos mintiendo sobre las drogas? Por supuesto que sí", confesó Ehrlichman.

La Guerra contra las Drogas, por lo tanto, fue un arma política interna para desmovilizar y criminalizar a los opositores políticos de Nixon (los hippies y la comunidad afroamericana) bajo un pretexto de legalidad, consolidando un "delito sin víctimas" como herramienta de represión.

A nivel internacional, el arquitecto geopolítico de la época, Henry Kissinger, jugó un papel crucial al vincular la lucha contra las drogas a la política exterior estadounidense, especialmente en Asia y América Latina.

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Henry kissinger

A nivel internacional, el arquitecto geopolítico Henry Kissinger, estratega de Nixon, jugó un papel crucial al vincular la lucha contra las drogas a la política exterior estadounidense, convirtiéndola en la excusa perfecta para la injerencia militar, el financiamiento de regímenes aliados y el control de zonas estratégicas, disfrazando intereses económicos y de contención geopolítica bajo la etiqueta de "antinarcóticos".

Así, la Oficina de Narcóticos se transformó en la poderosa DEA (Agencia de Control de Drogas), expandiendo su influencia y su presupuesto de manera exponencial, asegurando que la "guerra" siempre fuera rentable y justificara la continua intervención militar en países soberanos.

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Henry Kissinger junto a Jorge Rafael Videla

Esta combinación de racismo institucionalizado (Anslinger), propaganda mediática (Hearst) y cinismo político (Nixon/Ehrlichman) forjó la moderna infraestructura de la prohibición, una máquina burocrática y militar con incentivos para que el conflicto jamás termine.

El problema dejó de ser un asunto de salud pública para convertirse en una cuestión de seguridad nacional. Esta alteración del paradigma transformó a los usuarios en terroristas y a los agricultores en criminales de guerra. El aparato prohibicionista creció, asegurando que el conflicto nunca se extinguiera.

El Estado promueve la guerra para crear un enemigo que le sea funcional, y ese enemigo funcional es el cartel, un actor que garantiza la perpetuidad de un presupuesto militar y policial que, de otra forma, no podría justificarse en tiempos de paz.

FUENTES: Historia General de las Drogas, Antonio Escohotado (Espasa, 2021), The Racist Roots of Marijuana Prohibition, (FEE.org), Racism and Its Effect on Cannabis Research, (PMC), Mentiras de la prohibición: cómo se inventó y se mantiene la guerra contra las drogas, (Proyecto Soma), John Ehrlichman en Harper's Magazine (1994, entrevista póstuma), Política exterior y Guerra contra las Drogas en América Latina, (Artículo académico), Lysander Spooner: Los Vicios No Son Delitos, (Unión Editorial, 2021).

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