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Alberdi expone a Sarmiento como un periodista que escribía a favor del poder y que, aún siendo crítico, vivía de lo que hoy conocemos como pauta oficial ¿Qué respondió el sanjuanino?
Investigaciones22/09/2025Luego de la caída de Rosas, un feroz debate epistolar estalló en la prensa chilena entre dos de sus más grandes pensadores: Domingo Faustino Sarmiento y Juan Bautista Alberdi. Más allá de sus visiones contrapuestas sobre el futuro político del país, la polémica destapó una acusación central que ambos se lanzaron como un arma letal: la de ser un "periodista a sueldo", un escritor cuya pluma estaba al servicio de intereses gubernamentales a cambio de dinero y favores. Sus cartas, publicadas en las series conocidas como Cartas Quillotanas de Alberdi y Las ciento y una de Sarmiento, revelan un fascinante duelo sobre la ética, la independencia y el poder en la naciente república.
¿Sarmiento pautero?
En San Juan, durante el gobierno del caudillo federal Nazario Benavides, Sarmiento siendo unitario, no ahorró críticas al Brigadier en el diario El Zonda. Pero pese a sus palabras y sus feroces acusaciones, y afirmaciones de cómo deberían hacerse las cosas, recibió por parte de Benavides un trato cordial y paciente. El caudillo manso aceptaba la libertad de ideas y pensamientos, aún siendo críticos, por lo que apoyó a Sarmiento brindándole el uso de la imprenta del estado para su diario, y brindándole más conseciones. Un trato magnánimo que debería cuestionarse si Sarmiento mismo lo habría tenido con opositores.
Alberdi conocía estas historias del Sarmiento viviendo de conseciones gubernamentales como periodista, y ante ciertos escritos del sanjuanino, el tucumano, con paciencia, le pide que cese con los tanques de la pluma. El argumento de Alberdi es que ya no era necesario utilizar al periodismo como un arma política, ya que el objetivo de destituir a Rosas, se había cumplido, por eso, el periodismo debía convertirse en una herramienta para difundir ideas y educar a los argentinos. Sarmiento seguía con sus ideas, un tanto problemáticas, y lejos de cesar o buscar consensos, ataca al tucumano.
Juan Bautista no se queda atrás, y acusa directamente a Sarmiento de haber sido siempre un periodista pautero, alguien que vendía su pluma a los intereses de distintos gobiernos, principalmente de Chile.
Ante la acusación directa de Alberdi, Sarmiento no niega haber recibido un pago del gobierno de Chile, pero busca cambiar el foco del "debate" epistolar. En sus escritos, admite sin tapujos haber sido "periodista a sueldo, militando en las filas del gobierno" en 1844. Sin embargo, su defensa se articula en una distinción crucial: la remuneración era un medio de subsistencia que jamás comprometió su independencia crítica. Para Sarmiento, el verdadero deshonor no radicaba en recibir un salario, sino en vender la conciencia y la capacidad de disentir, algo que, según él, nunca hizo.
Como prueba de su autonomía, Sarmiento recuerda un episodio clave de su estancia en Chile. A pesar de su posición como escritor afín al gobierno, se opuso con vehemencia y públicamente a la propuesta de un Congreso Americano, una idea que consideraba una "utopía" irrealizable y peligrosa. Esta disidencia pública, argumenta, demuestra que su pluma no estaba atada a los designios de sus patrones. Para reforzar esta idea, menciona que fundó su propio periódico, El Progreso, precisamente para poder emitir sus ideas "sin contrato ni reato", es decir, sin ataduras que comprometieran su libertad de pensamiento y expresión.
Paea defenderse, Sarmiento, buscó atacar a Alberdi en lo personal, haciendo uso de la falacia ad hominem. Para demoler la imagen que Alberdi construía de sí mismo como un abogado que escribía gratuitamente por patriotismo, Sarmiento saca a la luz en Las ciento y una un contrato firmado por el propio Alberdi en 1847. Este documento legal, que Sarmiento reproduce textualmente, fue suscrito por Alberdi en su calidad de propietario de la imprenta que publicaba el periódico El Comercio de Valparaíso, un detalle que se volverá central en la disputa.
Las cláusulas de dicho contrato son, en palabras de Sarmiento, la evidencia de una abdicación total de la independencia periodística. El acuerdo comprometía explícitamente al periódico a: apoyar "TODOS los proyectos y resoluciones del gobierno"; defenderlo "SIEMPRE que se le dirijan ataques por la prensa"; "GUARDARÁ SILENCIO en las cuestiones que a éste LE INTERESE", y, de forma contundente, apoyar "DECIDIDAMENTE el CANDIDATO del gobierno" en la futura elección presidencial. Este nivel de compromiso, argumenta Sarmiento, trascendía un simple salario y representaba una venta completa de la línea editorial.
A cambio de esta lealtad incondicional, el contrato estipulaba que el gobierno chileno se suscribiría al periódico y, además, contribuiría con "dos onzas de oro mensuales para dar al pago del redactor". Con esta prueba documental en mano, Sarmiento no duda en calificar a Alberdi de "periodista de alquiler" y "contratable para sostener todo lo que le manden sostener". De este modo, establece una diferencia moral fundamental entre su propia conducta —recibir un sueldo manteniendo la crítica— y la de Alberdi, a quien acusa de haber vendido su pluma al mejor postor.
La defensa de Alberdi, expuesta en sus Cartas Quillotanas, se articula en dos ejes principales: una distinción profesional y la contextualización de sus actos. Insiste vehementemente en que su principal profesión siempre fue la abogacía, la cual le proporcionaba ingresos más que suficientes, haciendo innecesario "vender sus renglones". Afirma categóricamente: "Yo no debo ni he debido mi pan cotidiano a la prensa o a la política" y asegura que regalaba sus manuscritos a los editores, presentándose como un patriota económicamente independiente que participaba en el debate público por convicción y no por necesidad.
Respecto al comprometedor contrato, Alberdi argumenta que lo firmó en su rol de "propietario (no como escritor), de la imprenta que lo daba a luz". Sostiene que el sistema de suscripciones gubernamentales era una práctica administrativa común y legal en el Chile de la época, autorizada por decretos desde 1825, y que casi toda la prensa, incluidos los periódicos donde escribió Sarmiento, se beneficiaba de ella. Además, recalca que el dinero mencionado no era para él, sino para pagar el sueldo de los redactores contratados, entre los que menciona a José Antonio de Irisarri y Bartolomé Mitre.
Sarmiento, sin embargo, no deja sin respuesta el argumento de que Alberdi escribía de forma gratuita. En su réplica, cita lo que parece ser una carta del propio Alberdi de 1844, donde este afirmaba: "El Mercurio ME DA MÁS que lo que ofrece el señor Vial". Sarmiento presenta esta frase como la prueba definitiva de que Alberdi sí negociaba y recibía pagos por su trabajo en la prensa, contradiciendo frontalmente la imagen de desinterés económico que su adversario intentaba proyectar y debilitando así toda su línea defensiva.
La polémica deja al descubierto dos posturas irreconciliables sobre la relación entre la prensa y el poder, que van más allá del simple insulto personal. Sarmiento se presenta como un profesional que, aunque pagado por necesidad, se reservaba el derecho a la crítica como máxima prueba de integridad y honor. Alberdi, por su parte, se construye como un patricio independiente que participaba en la prensa por pura convicción patriótica, aunque se ve enfrentado a la evidencia de un contrato que parece desmentir su desinterés. Al final, este memorable "duelo de gigantes" no solo buscaba desacreditar al rival, sino definir los frágiles límites éticos del periodismo en una nación que, en medio de la guerra y la anarquía, luchaba por encontrar su propia voz y su futuro.
FUENTES: Cartas Quillotanas, Juan Bautista Alberdi y Domingo Faustino Sarmiento (Ediciones Estrada, 1957), Las ciento y una, Domingo Faustino Sarmiento.
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