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Fantasmas del pasado 4

¿Qué pasó con la economía tras la revolución francesa?

Economía22/08/2025Redacción EnSanJuanRedacción EnSanJuan

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La Revolución Francesa, un periodo sin igual en la historia de la humanidad, prometía libertad, igualdad y fraternidad. Sin embargo, en el caos que siguió a la caída de la monarquía, la nueva República se vio asolada no solo por enemigos externos, sino por una crisis económica interna que amenazaba con derrumbarla. La inflación galopante, impulsada por una emisión masiva de papel moneda conocido como assignats, erosionó el poder adquisitivo del pueblo y desató la ira popular contra los "especuladores" y acaparadores. En un intento desesperado por controlar la situación, la Convención Nacional, bajo el férreo control del Comité de Salvación Pública, promulgó una de las legislaciones económicas más notorias y fracasadas de la historia: la Ley del Máximo General.

El contexto era de desesperación. La depreciación del assignat se aceleraba a una velocidad vertiginosa. El valor del dinero se evaporaba, los precios de los alimentos básicos como el pan y el grano se disparaban, y las masas urbanas, especialmente en París, sufrían una escasez aguda. El clamor popular no se dirigía hacia la política monetaria del gobierno, sino hacia la supuesta avaricia de los comerciantes y agricultores. El libro 4000 Years of Wage and Price Controls de Robert Schuettinger y Eamonn Butler, que hemos estado analizando, destaca este periodo como un ejemplo clásico de cómo los gobiernos, ante la incapacidad de resolver la causa raíz de la inflación (la impresión de dinero), recurren a la coerción para atacar sus síntomas.

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Fue el 29 de septiembre de 1793 cuando la Ley del Máximo General fue proclamada. La legislación era monumental en su alcance y brutal en su ejecución. Establecía precios máximos para una amplia gama de productos, desde alimentos como carne, mantequilla y aceite, hasta bienes de primera necesidad como la leña y los textiles. No solo fijaba los precios, sino que también regulaba los salarios de los trabajadores. La pena por no cumplir era severa: quienes fueran descubiertos vendiendo por encima del precio fijado o acaparando bienes podían enfrentar la guillotina. La intención, noble en apariencia, era garantizar que todos los ciudadanos tuvieran acceso a los alimentos y detener lo que se percibía como una conspiración de los ricos para perjudicar a los pobres.

Sin embargo, las consecuencias fueron inmediatas y catastróficas. La ley se estrelló de lleno contra las leyes fundamentales de la economía. Al fijar los precios por debajo del costo de producción, los agricultores se negaron a llevar sus productos al mercado legal. ¿Por qué cultivar grano o criar ganado si la venta resultaba en una pérdida financiera? La respuesta fue una previsible y masiva retirada de la producción del circuito legal. Los campos que producían para la ciudad quedaron abandonados.

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Cuando el estado decide intervenir el mercado, las personas recurren al mercado negro.

El historiador económico Fernand Braudel, en su obra Civilización material, economía y capitalismo, describe cómo esta ley desorganizó por completo el sistema de distribución. Los comerciantes, en lugar de vender a un precio que les garantizaba la ruina, simplemente cerraban sus tiendas. Las rutas comerciales se paralizaron y las ciudades, que dependían del campo, se quedaron sin suministros. El historiador Jean-Pierre Gross, especialista en la Revolución Francesa, señala que, si bien la ley se aplicó en las ciudades, fue en el campo donde sus efectos se sintieron con mayor fuerza, con una drástica caída en la producción y el desvío de bienes hacia el autoconsumo o el mercado clandestino.

La demanda de bienes no desapareció, sino que se trasladó al único lugar donde podía ser satisfecha: el mercado negro. El mercado ilícito floreció de manera masiva, un testimonio de que la necesidad humana no puede ser contenida por un decreto. En las sombras, los bienes se vendían a precios mucho más altos de lo que habrían alcanzado en un mercado libre. Este mercado negro no solo beneficiaba a los criminales y especuladores que la ley pretendía combatir, sino que también obligaba a los ciudadanos a pagar sumas exorbitantes para sobrevivir, agravando su miseria. Los controles de precios, lejos de acabar con la especulación, la profesionalizaron en la clandestinidad.

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La Ley del Máximo también provocó una distorsión en la calidad. Como no se podía competir por precio, los productores no tenían incentivos para mejorar la calidad de sus productos. En un mercado libre, los precios altos incentivan la mejora y la eficiencia; en un mercado regulado por el Máximo, los precios bajos castigan a los productores por cada unidad producida. Esta falta de incentivos a la innovación y la calidad es una de las lecciones económicas más importantes de este periodo, tal como lo analizó en su día el economista Henry Hazlitt en su obra La economía en una lección.

El fracaso de la ley fue evidente en poco tiempo. A pesar de las amenazas de muerte, el gobierno no podía vigilar cada transacción. La inflación continuó su curso, y la escasez de alimentos se convirtió en una crisis de supervivencia que minaba la moral de la población. La ley se había vuelto impracticable e insostenible. En diciembre de 1794, después de la caída de Robespierre y el fin del Terror, la Convención Nacional tuvo que admitir su fracaso y derogar la legislación. El daño ya estaba hecho: la economía legal se había debilitado y la confianza en la moneda y en las políticas del gobierno estaba por los suelos.

El economista Thomas Sowell, en su libro Basic Economics, utiliza este y otros ejemplos históricos para argumentar que los controles de precios son una forma de "destrucción económica" que no aborda las causas fundamentales de los problemas. La Ley del Máximo no podía resolver la inflación porque no atacaba su origen: la expansión monetaria. Solo actuaba sobre los síntomas, con consecuencias peores que la enfermedad misma.

En conclusión, la Ley del Máximo de la Revolución Francesa es una lección histórica contundente y atemporal. Nos enseña que la coerción política, por más bienintencionada que sea, no puede anular las leyes de la oferta y la demanda. Al interferir en el mecanismo de precios, los gobiernos no resuelven la inflación, sino que la ocultan, creando un estado de escasez, ineficiencia y corrupción que finalmente colapsa. La historia de este experimento económico fallido nos recuerda que la prosperidad no se logra a través del decreto, sino del funcionamiento libre y competitivo de los mercados.

FUENTES: 4000 Years of Wage and Price Controls: How Not to Fight Inflation (Robert Schuettinger y Eamonn Butler, Unión Editorial, 2020), Civilización material, economía y capitalismo (Fernand Braudel, Alianza Editorial, 1984), Historia económica de la Revolución Francesa (Ernest Labrousse, Editorial Crítica, 1999), La economía en una lección (Henry Hazlitt, Unión Editorial, 2012), Basic Economics (Thomas Sowell, Basic Books, 2000), La Revolución Francesa (Jacques Godechot, Labor, 1974), Historia de la economía y la sociedad: La Edad Moderna (Georges Duby, Crítica, 1998), The French Revolution: A History (Thomas Carlyle, Chapman and Hall, 1837), A History of the World in 100 Objects (Neil MacGregor, Allen Lane, 2010), La economía de la Revolución Francesa (Florin Aftalion, Hachette, 1987), Historia económica mundial (Peter B. Kenwood y Alan L. Lougheed, MacGraw-Hill, 1999), El Gran Terror (Jean-Pierre Gross, Albin Michel, 1994).

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